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MUSICA › OSCAR STRASNOY, MATTHEW JOCELYN Y LA OPERA REQUIEM
Faulkner sobre el escenario
El compositor y el dramaturgo de la puesta que sube
hoy en el Teatro Colón apuntan que lo que en principio parecía un
impedimento, el exceso de palabras en desmedro de la acción, terminó
convirtiéndose en un desafío que estimuló la creatividad.
Por Diego Fischerman
Réquiem
para una monja, de William Faulkner, es una especie de continuación de
Santuario: todo sucede ocho años después de que su protagonista fuera
rescatada del burdel donde estaba secuestrada. Sobre ese texto, el
compositor Oscar Strasnoy y el dramaturgo Matthew Jocelyn compusieron,
respondiendo a un encargo del Teatro Colón, una ópera llamada Réquiem.
“Al principio tenía mis dudas”, dice Jocelyn, que es además el director
de escena de la versión que se verá a partir de esta noche en el Colón.
“Hay una versión teatral de Camus –cuenta–, pero incluso allí se trata
de una obra muy hablada, donde, en rigor, hay muy poca acción. Todo
sucede, en realidad, fuera de la escena. Los personajes comentan y
reflexionan sobre hechos que nunca vemos. El conflicto es moral. Y, en
un momento, precisamente eso que nos parecía engorroso empezó a ser un
atractivo. Y a guiar el camino de la obra.”
Strasnoy, de quien en Buenos Aires se estrenó, en 2004, Geschichte
–basada en un texto de Witold Gombrowicz– y, en 2012, su ópera Cachafaz,
tragedia bárbara, sobre el texto de Copi, relata que originariamente la
idea de Réquiem había surgido pensando en una posible ópera corta, para
completar el programa en el que se presentaría El baile, la obra que
inauguró la relación creativa con Jocelyn. “Pero acabó pidiéndonos otra
cosa y convirtiéndose en una ópera independiente”, comenta. Actualmente
radicado en Alemania, el compositor se fue de la Argentina en 1989.
Tenía 19 años. Había sido estudiante de piano con Aldo Antognazzi y de
dirección orquestal con Guillermo Scarabino. Continuó sus estudios en el
Conservatorio de París, con Guy Reibel, Michaël Levinas y Gérard
Grisey, y en la Escuela Superior de Música de Frankfurt, con Hans
Zender. Ganó los premios Orpheus, por su ópera Midea, presentada por
iniciativa de Luciano Berio en el Festival de Spoleto, en 1999; Georges
Enesco, de la Sociedad de Autores franceses, en 2003, Grand Prix de la
Musique Symphonique (2010) y el Nouveau Talent Musique (2011). El sello
AEON, uno de los principales entre los dedicados a la creación actual,
publicó un CD con obras suyas, interpretadas por la Orquesta Filarmónica
de Radio France, dirigida por Dima Slobodeniuk y Susanna Mäkki. Y en
2012, la edición del famoso Festival Présences de Radio France le estuvo
dedicada. “Hay algo en que esta ópera, con toda su atipicidad, se
parece a El baile y a Cachafaz, y es que se trata de una historia
familiar”, dice el compositor.Jocelyn, canadiense y director del célebre Canadian Stage, compartió con Strasnoy, además, una especie de internación antropológica. Ambos viajaron al sur de los Estados Unidos, miraron y, en palabras del compositor, “fue muy importante entender el racismo de cerca; cuando se está allí resulta totalmente increíble el hecho de que el presidente sea negro. Nada parece ser muy distinto del momento en que Faulkner escribió esta historia”. Con dirección musical de Christian Baldini, diseño de escenografía de Anick La Bissonière y Eric Oliver Lacroix, diseño de vestuario de Aníbal Lápiz y la actuación como protagonistas de Jennifer Holloway, Siphiwe McKenzie, James Johnson y Damián Ramírez, Réquiem tendrá cuatro funciones. Además de la de hoy a las 20.30, subirá a escena el próximo viernes 13, el domingo 15 (la única que será a las 17) y el martes 17.
Si la reserva inicial de Jocelyn tenía que ver con un texto demasiado hablado, en el caso de Strasnoy se trataba de “un libreto demasiado realista”. La obra, cuentan, se abrió paso a través de esa reticencia y tanto el realismo como la abundancia de texto se convirtieron al cabo en materiales dramáticos y musicales. Y a ambos terminó seduciéndolos la idea del drama a puertas cerradas. Jocelyn destaca ante Página/12 “la precisión de Faulkner en la definición de sus personajes, y en la tensión que existe entre ellos”. Y Strasnoy, un compositor al que obsesiona la teatralidad del sonido, define ese mundo de “microarticulaciones” como “minimalista”. “Es sumamente atrayente para los intérpretes –comenta–; por suerte tenemos el privilegio de contar con un elenco excepcional, no sólo de cantantes excelentes, sino de actores y actrices notables. Y en este caso, Matthew les pidió, ya desde el primer día de ensayos, que no se limitaran a conocer su parte y esperar el turno de entrar, sin saber nada de lo que los demás decían, sino que todos se aprendieran las partes de todos. El resultado fue magnífico.”
En cuanto al tratamiento musical, el compositor explica que “por un lado está el trabajo específico sobre los diálogos, la tensión entre los personajes, lo que se dicen, lo que no se dicen. La dificultad es cómo hacer para mantener la tensión durante una hora y media. Por otro lado, y esto es una respuesta lejanísima a Cachafaz, hay también un fondo telúrico filtrado, una referencia musical a la lengua y a la región faulknerianas. Incluso si acá está mucho más diluido, hubiera sido excesivamente miedoso esquivar por completo el bulto identitario. Soy extranjero a esa cultura, lo que vuelve la cosa más (y menos) complicada que en Cachafaz”.




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